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Estamos ante una avalancha, una de esas bofetadas de la Historia, guerras, revoluciones, erupciones, tsunamis, terremotos o pandemias, que dejan un sucio rastro de dolor, desolación y muerte.

¿Tiempos apocalípticos? Quizá. Ya advirtió San Juan, con sus trompetas del Juicio final, que esto no iba a durar siempre.

¿Tiempos distópicos? Quizá. Vemos una película, un reportaje de hace unos meses, y comprobamos que todo ha cambiado. No sabemos si esto o aquello es la vida normal. Nunca en la historia de la humanidad se había vivido algo igual, ciudades cerradas, vacías; calles, aceras o playas desiertas. Y lo ridículo: en la playa nudista puedes lucir tus encantos, pero tienes que ir con la boca tapada…

Son tiempos críticos. La crisis de 2008, con todo el dolor que dejó, parece hoy una minucia comparada con lo que viene. Si contenemos a la población, frenamos la producción y el consumo, ese extraño edificio económico que nos hemos dado. Los virus viajan hoy en primera clase y con aire acondicionado. Son momentos para replantearse muchas cosas. ¿Lo vamos a hacer?

En cualquier caso, sonría después de haber temblado. No hay otra.